POR JOSE M. SANTOS.
Es algo que siempre ha estado ahí. Entre nosotros y con nosotros. Es inherente al hombre, pues ¿quién no ha sufrido alguna vez en su vida miedo?
Hay quien lo usa como herramienta de trabajo. Las compañías de seguros –debes protegerte de cualquier tipo de accidente o fallecimiento-, la publicidad – si no tienes este producto o servicio…- o incluso los medios de comunicación con las continuas noticias sobre la COVID.
Caso aparte es la religión. Ya que es un buen ejemplo de “jugar” con el miedo de sus fieles. En el caso del cristianismo, el miedo a pecar, a cometer actos impuros o al Maligno. En el budismo, el no hacer el bien supondría volver a reencarnarte y no entrar en el Nirvana.
Hay quien puede decir que es una persona valiente y no tiene miedo. Yo no les creo. Puede, que no teman a Dios o no se deje influenciar por el Marketing publicitario. Pero ante situaciones imprevistas, de desconcierto, nuevas, es lógico temer. Hace unos meses muchos fuimos víctimas de los ERTES. ¿Me pagará el SEPE?, ¿perderé mi trabajo?, ¿me contagiaré? Otros tantos, nos enfrentamos a entrevistas laborales para desarrollar nuevos puestos de trabajo. ¿Será bueno para mí el cambio?, ¿tendré buenos compañeros? Lo mismo pasa en nuestras relaciones personales. Miedo al qué dirán o pensarán, miedo a perder la pareja, a quedarnos sin amigos o amigas…
Aunque pueda parecer algo que es nuevo, de la sociedad de nuestros días, el miedo lleva con el hombre desde la Prehistoria. Las pinturas en las cuevas no aclaran del todo si se pintaban animales como ritos religiosos y/o mágicos, como protección a un posible ataque o como forma de expresión artística. Es más, muchos de los movimientos artísticos surgen, de forma directa o indirecta, como consecuencia de este sentimiento. En el campesinado pasaba más de lo mismo. Miedo a las sequias, a las lluvias torrenciales, a las nevadas e inviernos duros.
¿Es bueno el miedo?, ¿Es malo? Como todo en esta vida, no hay nada bueno ni nada malo. Es cierto que, gracias a él, hemos resurgido más fuertes. Hemos superado adversidades. Pero es cierto también, que este sentimiento nos protege del daño adverso.